La
relación especial. Articulo de Kennet Wapnick sobre Un Curso de Milagros
Son
las distorsiones que introducimos en nuestras relaciones interpersonales lo que
constituye el foco principal del Curso. Al sentir que somos muy vulnerables
recurrimos a otros en busca de apoyo y los explotamos para satisfacer nuestras
necesidades. Es este nivel de distorsión, que el Curso llama la “relación
especial”, lo que se convierte en el aliado más poderoso del ego. Esta relación
niega nuestra necesidad de Dios y la sustituye por la necesidad de gente
especial y de cosas especiales. La relación especial descansa sobre la
suposición de que hay
algo carente en nosotros; una necesidad especial que creemos
tener y que debe satisfacerse si queremos ser felices.
El ego ve las relaciones únicamente en estos términos y en
vista de esto la función de los demás se convierte en la de satisfacer las
necesidades que experimentamos. Nuestra culpa hace que nos sintamos despojados,
de modo que el “principio de escasez” gobierna nuestras vidas. Este principio
es el sustituto del ego para la ley de abundancia de Dios. Al perder de vista
nuestra verdadera plenitud en Dios, buscamos una falsa sensación de unidad en
relaciones distorsionadas con los demás. Nos sentimos atraídos por aquellos que
parece que mejor llenan nuestras necesidades y ellos, a su vez, se sienten
atraídos por nosotros por la misma razón. Así, el hombre que quiere el amor y
la protección de una madre es probable que se sienta atraído por una mujer que
necesita servir de madre y proteger a un hombre.
Esta clase de mutua satisfacción de necesidades es lo que el
mundo generalmente llama amor y desde el punto de vista del ego provee la base
para “un matrimonio hecho en el cielo”. En verdad, sin embargo, tal relación de
amor especial se fundamenta en nuestra percepción egocéntrica de la capacidad
de la otra persona para darnos lo que creemos que nos falta. Esto es, por lo
tanto, solamente una ilusión de amor y nada más que un velo de odio, ya que el
mismo se basa en el odio a nosotros mismo que produce la culpa. Los objetos de
nuestro “amor” se convierten en símbolos de este odio, pues en ellos vemos
inconscientemente nuestra propia debilidad y nuestras propias faltas lo mismo
que ellos las ven en nosotros. En esto radica la causa real de la ambivalencia
que parece ser una parte inevitable de la mayoría de las relaciones
interpersonales.
La relación especial no tiene nada en común con el verdadero
amor, aunque el ego no ve ninguna diferencia entre ellos. La relación especial
siempre está basada en la exclusión, mientras que el amor real, por necesidad,
descansa sobre la inclusión. De hecho, la relación especial de amor implica la
creencia de que el amor no puede compartirse, pues compartirlo se ve como una
pérdida. Puesto que la esperanza de salvación se ubica en una persona especial,
si la atención de ésta se desvía a otra parte, lo experimentamos como una
amenaza. Compartir este amor especial con alguien más es para nosotros
perderlo, por lo que tenemos que protegerlo y vigilarlo celosamente, por temor
a que la ganancia de otro se convierta en nuestra pérdida. Esta es la base
obvia para el adagio popular: “Dos es compañía; tres es multitud”. Aquí, como
siempre, el ego nos dice una cosa cuando quiere decir otra. Por una parte nos
insta a un intento absurdo de completarnos en relaciones especiales y de este
modo deshacernos de nuestro sentido de escasez y de la creencia en la culpa.
Por otra parte, sin embargo, su propósito es esconder la culpa bajo un disfraz
de amor, con lo cual está reforzando la misma. Al ubicar fuera de nosotros la
solución al problema de culpa, el ego se asegura de que éste jamás se
resolverá. Esto está de acuerdo con su dictamen fundamental: “Busca, pero no
halles” (T-12.IV.1:4). Nosotros ponemos nuestra fe en ídolos, de cuyos pies
de barro todos estamos dolorosamente conscientes. De este modo nos movemos de
una relación poco satisfactoria a otra, siempre obtenemos un resultado
decepcionante y jamás nos damos cuenta de que el fracaso radica en nosotros
mismos. Mientras seguimos ignorando la verdadera motivación del ego, no podemos
cuestionar el problema con honradez y así su capacidad ilusoria para darnos un
sentido de plenitud propia permanece indisputable.
Hay
un aspecto de la relación de amor especial más insidioso aún. Al buscar en los
demás únicamente aquellas cualidades especiales que parece que llenan nuestras
necesidades especiales, nos incapacitamos para verlos como realmente son. Cómo
los vemos está determinado por cómo queremos que sean. Los amamos por lo que
pueden hacer por nosotros y por lo que pueden darnos, no por nada inherente en
ellos mismos. Al negar así su verdadera Identidad en Dios y al negar el Cristo
en ellos, atacamos verdaderamente su realidad y la nuestra. Ellos existen
solamente para satisfacer nuestras necesidades y este mal uso del verdadero
propósito de las relaciones tiene que llevarnos a aumentar nuestra culpa. Aquí
el propósito subyacente del ego de atacar, claramente contradice los dos
grandes mandamientos de amor de Jesús. En el sistema de pensamiento del ego éstos
se convierten en: “Ataca a tu vecino como te atacas a ti mismo y así atacas a
Dios”.
Extracto
del libro “Psicología Cristiana en Un Curso de Milagros”, de Kenneth Wapnick,
Ph.D., Cap. 1, La dinámica del ego, Págs. 13/22, Copyright© 1994, Foundation
for A Course in Miracles®, FACIM, USA.
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