27.5.10

UN CUENTO


LA PIEDRA DE RIO

"Érase una vez una bonita piedra. Pequeña, blanca, de formas redondeadas. Vivia en el cauce del río, rodeada de sus hermanas piedras y de alguna que otra brizna de hierba.
Nuestra piedra disfrutaba de una existencia feliz, contemplando el agua que se deslizaba suavemente a un metro de donde ella se encontraba.
Era un río poco caudaloso, que aumentaba levemente en las épocas de crecida, cuando llegaba la primavera y se derretían las nieves de las montañas. Aun así algunos peces vivían en sus aguas poco profundas, y la piedra les veía asomarse a la superficie en busca de alimento.
Lo que sí había en abundancia en el río eran ranas. Su poco caudal, unido a los recovecos que trazaba en su zizagueante deslizamiento hacia el mar, creaba zonas en las que prácticamente se estancaba, formando pequeñas lagunas donde proliferaban los ruidosos batracios. Al llegar la época de cria, los prados circundantes eran un festival de sonidos. Había tantas, que se había oido contar historias de alguna intrépida que había alcanzado la gran pradera oscura, donde su atrevimiento había encontrado su fin bajo las ruedas de algun monstruo de luces brillantes que tan frecuentemente pasaban por allí.
Así nuestra piedra se encontraba pasando sus dias, feliz y tranquila, hasta que una mañana empezó a sentir un cosquilleo en su interior que, con el pasar de los días fue transformándose en una curiosidad, hasta que empezó a preguntarse como sería vivir dentro del río. ¿Cómo se verían las demás piedras, el sol, los colores, cómo sería estar rodeada de agua dia y noche….? Esta inquietud poco a poco fue transformándose en una verdadera obsesión.
Por las noches preguntaba a sus amigas las estrellas : “compañeras, sabéis que se siente al vivir en el río? me gustaría vivir la experiencia, como puedo hacerlo?” y las estrellas, en su firmamento le mandaban destellos de luz con un importante mensaje: “ánimo, persevera en lo que quieres, que tarde o temprano lo conseguirás”. Las estrellas tenían fama de ser muy sabias, ya que su posición privilegiada en el cielo, les daba una mayor perspectiva de las cosas de la vida.
Así la piedra perseveró, y cada día formulaba su petición: “quiero vivir en el río”. Vinieron las lluvias, y la piedra rogaba al cielo que el agua que caía la transportara al interior del cauce, pero nada sucedió. Aun así vivió la experiencia de sentir el agua en sus redondeces. Luego sintió lo que era ser secada por los rayos del sol.
Llegaron los tiempos de las crecidas, pero el nivel de las aguas apenas subió un palmo, mientras la piedra seguía concentrada en su pensamiento “quiero vivir en el río”.
Hasta que un día oyó unas voces desconocidas. Eran dos niños que jugaban por el bosque y se habían acercado al oír el murmullo de las aguas. Súbitamente, el cielo se nubló y la piedra sintió un vértigo enorme mientras veía que el suelo se alejaba de ella. Notó una textura extraña, blanda y caliente al mismo tiempo. Era el niño que, jugando con su amigo a tirar piedras a los peces, la había cogido en su mano. De pronto, se sintió propulsada a una gran velocidad hasta que notó el frío contraste del agua, y empezó a sumergirse. “Por fin!” Se alegró la piedra. “Lo he conseguido, estoy dentro del río!”, cuando, de pronto, todo se oscureció. Un rápido pez, confundiéndola con una miga de pan, la había engullido, y se sumergía con velocidad. La piedra finalmente había acabado dentro del río, pero en un lugar muy diferente del que ella había pensado.
Las estrellas, que desde el cielo habían observado todo lo sucedido, comentaron “Ya nos lo decía nuestra madre: Queridas mías, cuando pidais algo concretad todo lo posible. La vida te dará exactamente lo que tu le expreses”, esto es lo que tiene pedir sin concretar.. "